El amor es cosa de otro planeta

El amor es cosa de otro planeta

domingo, 15 de junio de 2014

Capítulo I "El amor es cosa de otro planeta"


Hola!!

Feliz domingo a tod@s!!

Hoy quiero compartir con ustedes el primer capítulo de "El amor es cosa de otro planeta"  que está a la venta en Amazon en formato e book  por menos de un euro!! Vamos no se lo pueden perder                                           

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                                                           Prefacio


           

    C
uando desperté aquella mañana, el sol aún no había nacido en el horizonte, el aire de la madrugada era frío, me calaba los huesos, el sudor de mi piel se mezclaba con la humedad del ambiente.
            En mi pecho el corazón galopaba como un potro desbocado, en el centro del estómago un nudo se me apretaba cada vez más fuerte, mi aliento jadeante rompía el silencio sepulcral del bosque.
            Las siluetas de los árboles, comenzaban a perfilarse más nítidamente, los ojos me ardían por el esfuerzo de haberlos mantenidos abiertos casi toda la noche y por el aire que entraba en ellos mientras corría a través del bosque helado. Las lágrimas brotaban a borbotones y descendían por mis mejillas ardientes.
            Las manos me ardían y un dolor lacerante crispaba mis sentidos. Sentía los huesos tumefactos y tenía las manos cerradas en un puño. Cuando las abrí, un hilo de sangre que emanaba de mis heridas corrió por el dorso, me envolvió su suave y cálido olor.        
Me sentía exhausta, las piernas no me respondían, las sentía pesadas, cómo si llevara conmigo el peso del mundo entero. Caí de rodillas sintiendo como se clavaban entre las hojas secas y el crujido de las ramas, que se rompen bajo el peso de mi cuerpo. Estaba segura que los cazadores me habían visto y que estaban detrás de mí… me seguían muy de cerca… y sabía que se me alcanzaban, estaba muerta.
            En el último aliento tengo la visión borrosa de un claro en el bosque que me devolvió fuerzas y esperanzas a mí y a mi cuerpo agotado.
            Respiré profundamente, me dolía el pecho por el esfuerzo, cerré los ojos y pensé… “no puedo fallarme, no puedo fallarles...”
En mi mente la imagen de todas aquellas personas que quería, pasó como un relámpago.
Me sentía descompuesta, la boca se me puso amarga como la hiel, tenía el estómago revuelto por el olor a sangre, hundí mis dedos en la tierra fría y húmeda para no desvanecer, sentí como el barro se metía entre las uñas y mi piel. En ese punto del bosque increíblemente no había mucha nieve en el suelo, los árboles habían ejercido de techo, evitando que se deposite en el suelo.
            Nunca he sido una persona muy fuerte a veces me considero demasiado frágil para afrontar ésta ridícula vida.

            Entonces fue cuando sentí como si una daga arañara con su filo mi hombro, la mirada se me nubló… la oscuridad se apoderó de mí.


I

           
                                              
               
Q
uerido diario:
                A veces no es fácil ser adolescente, ser parte de un grupo, tener amigos, socializar y tratar de llevar una vida lo más normal posible.
Me llamo Verónica, escribo éste diario porque espero no olvidar las innumerables personas que han pasado por mi aburrida vida.
                Pues sí, cuando digo aburrida no exagero, creo que me quedo corta. Pero me gusta sentir de una manera u otra que las cosas en mi mundo son a mi manera y así escapar a ésta realidad repetitiva y catastrófica.
Mis padres, como la mayoría de los padres, están separados, vivo con mi madre y me toca pasar las vacaciones con mi padre.
Mi madre trabaja en un supermercado, el más grande de la ciudad, hace horas extras y vuelve a casa muy tarde. Vivimos con Carlos, su novio, es una persona muy buena, nos llevamos bien.
                A ella se la ve muy feliz con él así que yo trato de hacer las cosas lo mejor posible para que funcione entre nosotros.  Es joven, se merece rehacer su vida.
Mi padre es escritor, un escritor famoso, pero últimamente no lleva una buena racha, tiene algo así como... ah, sí un bloqueo de escritor.
                Yo debo de haber sacado a él ésta gran necesidad de escribir, aunque solo sea para contar chorradas.
A veces me pongo a pensar que en un futuro lejano o no tanto, alguien, cuando yo haya dejado de existir, leerá este diario y quizás encuentre mi vida algo emocionante.
               
El cole está a punto de terminar, solo me queda un año de aburridas clases, no estoy diciendo que porque me aburro no hago mi trabajo de alumna lo mejor posible. No tengo ninguna materia para rendir y ya es mucho.
Éste verano pasaré mis vacaciones como todos los años que me son posibles, con mi padre, pero ésta vez nada de viajes a ciudades históricas ni visitas a monumentos. Ésta vez naturaleza, pesca, y… No sé qué me pasa, pero presiento que será un verano distinto a todos.
Algo va a suceder…
           
—¡Verónica! ¿Estás lista? Te estamos esperando, se hace tarde y luego pierdes el tren.
—Sí... un momento y bajo.
Cierro el diario y lo meto en el bolso con las demás cosas, echo la última mirada a mi habitación ¿La verdad? mi refugio, el sitio donde paso la mayor parte de mi tiempo, leyendo, escuchando música, chateando por internet, etc.
En el pueblo al que voy dejé cuando era niña un gran amigo y ahora seguimos comunicándonos a través de la red y nos vemos los veranos cuando vuelvo a casa. Hace ya un par de años que no voy, tengo muchas ganas de verle y… ¡Oh sí hablando de música no me vaya a olvidar de llevar mi lector mp3!
Bajo corriendo las escaleras y como un rayo llego a la puerta, mi madre y Carlos me esperan en el coche, con el motor encendido.
El trayecto que separa mi casa de la estación de trenes lo transcurrimos en silencioso. A mi madre no le gusta separarse de mí, dice que juntas formamos un buen equipo. No la culpo, luchó mucho para mantenerme junto a ella, cuando se separó de mi padre y le llevó su tiempo rehacer su vida, compaginando el rol de madre y sus deseos de formar una nueva familia.
—¡Por favor! Cuando llegues y bajes del tren ¡Llámame! Estaré esperando que lo hagas.
—Está bien mamá.
—Cuídate mucho y haz caso a tu padre.
—¡Que sí!... no seas pesada, más bien dime ¿Tú lo has llamado para confirmar la hora de llegada del tren?
El viaje es lo suficientemente largo para poner distancia a los ataques maternales de mi madre. Un tiempo lejos no nos vendrá mal.
Además deseo ver a mi padre, tengo tantas cosas de qué hablar. Quiero saber de sus últimos proyectos, que me enseñe sus manuscritos ¿Ya dije que me gusta leer? Pues sí y mucho, es una pasión.
Mi madre y Carlos mientras yo estoy fuera, irán a la playa de vacaciones a pasar un tiempo. Es algo que me hace muy feliz, saber que mi madre tendrá vacaciones, trabaja tanto que no tiene tiempo para nada y cuando saca un par de horas libres, no tiene ganas de moverse de casa.
Cuando bajamos del coche, en la estación, me despido de mi madre y de Carlos.
—Cuídate mucho, que la pases bien y no te olvides de llamar...
—No te preocupes, tú disfruta de tu viaje a la playa y descansa.
—¡Venga Silvia que estamos aparcados en doble fila! Que pases bien Vero y saludos a Martín.
—Gracias Carlos, se los haré llegar —a diferencia de tantas otras parejas mis padres mantienen una relación cordial, no se guardan rencor.
           
Levanto mi bolso que pesa considerablemente, estampo un último beso en la mejilla suave y cálida de mi madre, doy media vuelta y me dirijo al andén. Allí está ya el tren en marcha, el revisor me ayuda a subir el bolso y me acomodo en el vagón.
Menos mal no viaja mucha gente, el viaje será tranquilo, todavía no estábamos en temporada alta aunque falta verdaderamente poco, así que los turistas no se dejan ver y los pocos que viajan se amontonan cómo moscas alrededor de los mapas y dialogan bajito en sus idiomas, con sus pesadas mochilas en las espaldas.
            Mi sueño es hacer un viaje a través del mundo, conocer sus gentes, sus paisajes a veces complicados a veces tan simples y misteriosos. Mi padre me solía contar que cuando él era joven esto de los viajes a través del mundo era una cosa difícil y muchas veces imposible para el bolsillo.
Me siento en el número de asiento que indica mi billete, son de esos de cuatro enfrentados, la ventanilla del tren queda a mi derecha, me dejo caer con el peso de mi cuerpo, que no es ni siquiera tan considerable. No soy una adolescente súper desarrollada como muchas de las que suelen encontrarse hoy en día, sino más bien tirando a normalita, demasiado normal para los tiempos que corren.
Me acomodo en la butaca, saco mi reproductor de música, me pongo los auriculares y abro mi libro, estoy leyendo por enésima vez “Romeo y Julieta”, no es que sea una romántica empedernida, pero a quién no le gustaría vivir una aventura emocionante como Julieta…  Más aún con un joven tan apuesto como Romeo, pero claro evitando si es posible la muerte trágica.
Unos minutos más tarde el tren se pone en marcha y lentamente salimos de la estación, el sol baña con sus rayos los edificios que bordean las vías del ferrocarril.
Aparto mi vista de la lectura y la fijo en el paisaje melancólico, los edificios pasan y se suceden unos tras otros, las calles abarrotadas, dan espacio a otras tranquilas, donde por ejemplo se puede ver una niña paseando tranquilamente a su perro, a dos ancianos conversando sentados en un banco tomando el fresco, o simplemente un parque donde una madre lleva a jugar a su niño.
De repente nos circunda la oscuridad proveniente de los túneles en los que se sumerge el tren, como una serpiente, para luego emerger en otro punto diferente de la ciudad.
Los edificios grandes han dado lugar a casas bajas y dispersas y poco a poco vamos dejando atrás la bulliciosa urbe.
             
Los campos se extienden frente alrededor del tren, como una alfombra verde. De pronto me invade la nostalgia, cuántos veranos había hecho éste mismo camino cuando niña con mis padres, para ir a visitar a los abuelos a la ciudad y luego más grande con mi madre, cuando me llevaba a casa de mi padre donde estoy yendo ahora.
Cuando se separaron, me llevaba a pasar el verano con él y al finalizar las vacaciones volvía a recogerme.
Parecen tan lejanos esos años, pienso que el tiempo pasa demasiado veloz para mi gusto y que tarde o temprano los veranos en casa de mi padre se terminarán, para dejar lugar a la universidad. Todavía no he decidido bien qué deseo hacer, pero tengo mis planes, me gustaría escribir un libro. Tal vez sea posible convertirme en una gran escritora.

Por el altavoz siento el nombre del pueblo que es mi destino “Próxima parada… Lago Grande”, el estómago me da un vuelco, con cuidado recojo mis cosas y me dispongo a descender. Las ruedas chirrían con ese sonido odioso, típico y el tren se detiene torpemente, bajan un par de personas que inician a dispersarse rápidamente, detrás de ellas yo…
Pongo el pie en el andén, bajándome del tren y siento cómo un escalofrío me recorre la espalda y de mala gana dejo mi bolso en el suelo, paseo la mirada por la estación desierta y puedo comprobar que nadie me espera. Arrastro mi pesada carga hasta un banco cercano y me dispongo a esperar a mi padre, tal vez ha tenido algún contra tiempo ¿Quién puede saber? Ésta es una de las razones por las que mi madre le dejó. Su impuntualidad. A veces se olvidaba de cosas que para ella eran muy importantes: un cumpleaños, un aniversario. Él vive en un mundo todo suyo, bastante distante al nuestro.
Aprovecho para llamar a mi madre y le digo que mi padre está yendo a buscar el coche, no sé si se la cree, pero considero inútil decirle la verdad.


                      ***************************************

           
En otro punto de Lago Grande, a varios kilómetros de donde se encuentra Verónica en la estación…
            En la carretera entre las montañas resuena como un trueno el motor del coche deportivo, corre como un rayo, deslizándose por las curvas sinuosas que portan a la cima...
La música ensordecedora, el olor a piel nueva que desprende el tapizado se mezclan con el perfume embriagador de su conductor, un joven taciturno, delgado, moreno, con ojos verdes como esmeraldas.
Lleva unos tejanos negros apretados, zapatos italianos y una camiseta blanca... La gente que se encuentra en el refugio, en la cima, sentada en la terraza, se queda atónita viendo la escena, cuando el muchacho desciende de su magnífico coche. Parece que un modelo de alguna revista de moda se ha escapado del set fotográfico y se encuentra en aquel instante, allí. Los murmullos cesan para dar paso a la perplejidad.
Los hombres, no pueden apartar sus ojos de un coche como el que acaba de dejar el muchacho, imponente y potente; y las mujeres, asemejan a un tigre a punto de caer sobre su presa siguen con la mirada, sin parpadear, al chico que con paso seguro atraviesa la terraza para terminar entrando al refugio convertido en bar.. Los movimientos certeros del apuesto muchacho y su paso ágil, atrapan la atención de todas las presentes.
Cuando llega a la barra saluda con una amplia sonrisa a la camarera, ordena y se sienta en la barra, parece esperar a alguien. Cuando la camarera le sirve, toma el vaso y se dirige a uno de los ventanales, toma asiento en la mesa más cercana dando la espalda al gran salón. Pasea su mirada por la inmensidad de la naturaleza que se extiende delante de sus ojos, que parece una prolongación de ellos, de un verde intenso.
Roca Blanca, así se llama el bar que se encuentra en el mirador y permanece abierto invierno y verano para dar cobijo a caminantes y aventureros que se adentran en el parque natural de Lago Grande.
La construcción es la típica de aquellas latitudes, las paredes están construidas en piedra y cemento, con grandes ventanales que forman una estructura de forma cilíndrica desde la cual es posible admirar el paisaje desde distintos puntos.
En verano el lugar es muy concurrido, allí se dan cita los turistas que abarrotan la zona.
Nuevamente el rumor de motores en el ingreso del local, cesan las conversaciones, el silencio total roto por el sonido de tacones chocando contra el suelo, resonando en el aire, se dirigen hacia el lugar donde se encuentra el joven y una vez allí se detienen.
Sin girarse, el misterioso joven habla.
¡¿Hola ya están aquí?! Han demorado mucho...— luego deja escapar una carcajada, mientras se vuelve hacia sus dos interlocutoras.
—¡Eres un tramposo! —gritan a coro dos hermosas muchachas.
Dos criaturas salidas de un cuento de hadas, gráciles, de largas cabelleras rubias, sus cuerpos esculpidos por la mano de un exquisito artesano. Maravillosas, perfectas, iguales una a la otra, la única cosa que las diferencia es el color de sus delicados ojos, una tiene dos esmeraldas, como el joven que las espera y la otra, dos lagos azules cristalinos.
—¡Las gemelas no aceptan su derrota!
—Venga, no vas a comparar tu coche con nuestras motos…



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Han pasado un par de horas y un par de trenes hasta sentir la voz de mi padre.
—¡Verónica, hija! ¿Esperas desde hace mucho? Lo siento se me ha pasado el horario, ya sabes.
            Es mi padre que se acerca a mí, con paso largo y los brazos extendidos. Ha adelgazado desde la última vez que lo he visto, tiene una barba de varios días y el pelo revuelto, con sus jeans desgastados y su aire bohemio, lo abrazo fuerte.
—¡Hola papá! —exclamo sonriendo.
—¡Estás hecha una mujer! Estás muy linda, déjame que te vea —toma mi mano y me hace dar una vuelta, me siento ridícula, lo hace siempre, cada vez que nos vemos, después de un largo tiempo. Sonrío.
Recogemos mis cosas y nos dirigimos al aparcamiento.
            Su coche es pequeño y bastante viejo, pero todavía puede llevarnos del pueblo hasta la casa.
—¿Qué tal ha estado el viaje? ¿Estás cansada? —pregunta un poco nervioso.
—Todo bien papá, el viaje tranquilo, estoy un poco cansada pero ya tendré tiempo de descansar, todo el verano… ¡Oh sí! Antes que me olvide, Carlos te envía saludos al igual que mamá.
—Ah... gracias y… ¿Cómo están?
—Bien como siempre, se van de vacaciones al mar.
—Sí, me lo dijo tu madre cuando me llamó para confirmarme el día que venías. Quiero que sepas que me hace muy feliz tu visita y que me gustaría que nos viéramos más a menudo.
Este último tiempo he estado demasiado ocupado con mi trabajo, deberíamos hacer algún viaje juntos, sería divertido.
—Sí papá, no te preocupes... —respondo mientras apoyo mi cabeza en el cristal de la ventanilla del viejo coche, aquel paisaje me parece tan diferente, aunque es igual al de siempre, algo dentro de mí me hace presagiar que este verano será muy diferente a todos los que he pasado aquí… Tal vez son sólo las ganas de dejar atrás mi aburrida vida de ciudad…
La relación con mi padre es buena, pero eso no cambia el hecho de que soy una adolescente y él como muchos padres no está preparado para ésta fase de mi vida.
El aire electrizado, altera todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo, no veo las horas de llegar a casa.
           
El paisaje que se dibuja en la ventanilla del coche, es el de un pueblo pequeño con pocos habitantes, aquellos en los que en verano se triplica el número de personas presente en él.
Atravesamos sus calles casi en silencio, aquello no ha cambiado mucho o mejor dicho casi nada desde la última vez que he estado aquí.
La tarde está cayendo y poco a poco las luces de las calles inician a encenderse.
Dejamos atrás el grupo de casas, cruzamos el puente de madera suspendido a gran altura sobre un caudaloso río y por una carretera estrecha nos internamos en la montaña. Iniciamos a subir: primero una curva, luego otra y más allá, otra más.
De un lado del camino bordeamos la montaña, el bosque tupido se extiende más arriba y para el otro lado, un abismo; abajo el río ruge, enfurecido golpeando en enormes rocas y serpenteando por la garganta de piedra formada por sus dos márgenes.
—El río lleva mucha agua…
—Mmm, si ha estado lloviendo mucho estos últimos días, esperemos que las próximas semanas nos acompañe el sol.
—Esperemos… —deseo no solo que el tiempo sea bueno, sino también poder aprovecharlo al máximo posible. Tengo planes, locuras que hacer con Javier, quiero probar la emoción de la montaña, quizá hacer rafting en los rápidos del río. El presentimiento de que las cosas serán diferentes me apremia o es tal vez solo una gran expectativa…
Pasan un par de minutos más y salimos del camino principal, nos internamos en un callejón que nos conduce a la casa, allí está. Se alza delante de nosotros, es más pequeña de lo que recordaba (o yo he crecido. Cuando somos niños todo nos parece tan grande...).
Bajamos del coche, mi padre se adelanta a bajar mi bolso y nos dirigimos hacia ella, el caminito de piedra rodeado de violetas sigue intacto, más allá la galería llena de plantas que ha puesto mi madre, todavía están vivas, en flor, adornando con sus colores.
Las maderas, crujen al poner mi pie en el escalón para subir a la galería, mi padre rápidamente abre la puerta.
—¡Bienvenida princesa! estás en casa…
Esbozo una sonrisa entre dientes, la verdad, no me siento muy feliz en este momento. La casa me trae tantos recuerdos, pero ahora los siento muy lejanos, la melancolía me invade.
Cuando entro, me inunda el olor a madera, ese olor que no puedo remover de mi memoria, cierro los ojos y me siento niña otra vez, luego paseo mi mirada por la habitación, las cosas siguen en su lugar, como si el tiempo no hubiese pasado, cómo si mi padre no quisiera dejarnos marchar. 
La puerta de calle da a una pequeña antesala; de un lado a través de un corto pasillo, se puede acceder a la cocina y del otro, al salón. En frente la escalera que comunica a las habitaciones, en el piso de arriba.
Las paredes del salón están tapizadas de libros, el suelo viejo es parqué, cubierto por grandes alfombras coloridas. El gran sofá de piel marrón, el televisor delante de la ventana que da a la galería y detrás la mesa del comedor en la que se comía cuando teníamos invitados y el mueble de la cristalería que le había dejado mi abuela a mi padre.
            En el extremo opuesto de la entrada al salón, la puerta que conduce al estudio, supongo que continúa tal y cual era tiempo atrás y no me equivoco, su escritorio orientado a una gran ventana desde la cual se ve el bosque, el pc y un equipo de música, mi padre ama escribir escuchando música.
Paso al salón y me dejo caer en el sofá. Todos los veranos es lo mismo. Pero de una u otra forma, me siento bien en este lugar.
—¿Tienes hambre? Preparo la cena y luego si quieres puedes irte a la cama a descansar —pregunta mi padre con una amplia sonrisa en su rostro, mientras se dirige a la cocina, depositando el pesado bolso, al pie de la escalera.
—Gracias papá ¿Te ayudo?...
Pongo la mesa, ayudo a mi padre a preparar las salchichas con el puré "artificial" que tiene en la alacena y cenamos sin tantos comentarios, él tampoco es una persona que habla demasiado. Pero para mí siempre estuvo cuando lo necesité, como padre no tengo quejas, ambos hicieron lo que pudieron, eran muy jóvenes cuando me tuvieron y no los culpo si la vida juntos no funcionó.
—Cuando terminamos te llevo las cosas a tu habitación, está como la última vez que estuviste, la verdad no he tenido tiempo de llamar a nadie para que limpiara un poco la casa, como te he dicho antes voy muy atrasado con mi trabajo, lo que no me deja mucho tiempo libre, pero haré todo lo que esté a mi alcance para pasar el mayor tiempo posible contigo.
—Gracias papá, no te preocupes, me alegra poder estar aquí, contigo —levanto el plato de la mesa y lo dejo en la encimera y me arrastro lentamente hasta mi habitación. El viaje ha sido largo, después la espera en la estación y luego los recuerdos, no me quedan ganas de entablar conversación, sé que mi padre tarde o temprano se interesará de mi vida privada (chicos, colegio, etc.) y en estos momentos no me siento con fuerzas para afrontar el argumento.
Un abrazo y un beso, el camino hacia mi habitación es largo, subo la escalera, cuando llego a la puerta, está entreabierta, todavía cuelga del picaporte el lazo rosa que le ha colgado mi madre, el día que supo que iba a tener una niña (al menos eso era lo que me habían contado).
Levanto mi mano y con un empujón la puerta se abre de par en par, ruidosamente, mostrándome la habitación tal y cual la recuerdo: los peluches en las estanterías, la cama con el edredón con fondo blanco y rosas rojas y los almohadones multicolores coronando el respaldo.
La gran ventana da al fondo de la casa, me asomo y veo que reina la más pura oscuridad, no se sienten los ruidos de los coches, (no es que abunden aquí) ni tampoco se ven luces cercanas, los vecinos distan varios kilómetros los unos de los otros, fuera del pueblo.
            Abro la ventana y entra la fresca brisa nocturna, el rumor del bosque se cuela en mis oídos.
Me dirijo a mi cama, me acerco al borde y me desplomo, hundiendo mi cara en la almohada, huele a suavizante, está recién cambiada…Mi padre toca la puerta.
—Aquí están tus cosas, si te quieres hacer un baño, te he dejado toallas limpias.
—Gracias papá… —caigo en el sopor del sueño y me dejo llevar…

El día amanece límpido, he tenido un sueño reparador, me despierto con la luz que se filtra en mi habitación desde la ventana abierta, parece un sueño, me levanto de un salto.
Tengo el pelo revuelto y los ojos me arden. Miro a través de la ventana y veo que delante de mis ojos se extiende el bosque, me acerco al espejo que cuelga de una pared y tomo de la cómoda un cepillo de finas cerdas, me lo paso por el cabello e intento desenmarañar mis rizos.
La visión de la joven en el espejo es diferente a la concepción que tenía de mi aspecto, me quedo contemplándome un momento, observo dentro de mis ojos marrones,  de ellos emana un brillo especial.
El presentimiento vuelve a golpear dentro de mí, se me revuelve el estómago y una puntada atraviesa mi estómago, pienso que tal vez es solo hambre. Abro despacio la puerta de mi habitación, las bisagras chirrían, bajo descalza las escaleras, recorro el pasillo hasta la cocina, la casa está en silencio, pienso que mi padre aún duerme, pero al llegar a la cocina me invade el dulce olor de tostadas con manteca y mermelada.
—¡Buenos días Vero! ¿Qué tal has dormido?
—Bien, gracias papá, veo que has madrugado. Mmmm que buen olor que tiene el desayuno. Te manejas muy bien en la cocina.
—Sí, la verdad, después de todo al menos de hambre no moriré.
Dime ¿Qué piensas hacer hoy? Es un muy buen día, ¿Por qué no vas a dar una vuelta por el pueblo y de paso compras algunas cosas para la comida? Javier está trabajando en el café El Refugio, bueno seguramente ya lo sabías.
Cuando le conté que venías se puso muy contento y me dijo que le habías escrito para contárselo, pero que en ese momento, no sabías las fechas con exactitud.
           
Me encojo de hombros y lanzo un suspiro, pensaba que pasaría más tiempo con mi padre, pero bueno me resigno a la idea de que serán unas largas vacaciones en soledad. Después de todo me alegra ver de nuevo a Javier, mi mejor amigo, de cuando vivía aquí, luego cuando mis padres se separaron, nos veíamos algunos veranos y de la última vez que lo vi había pasado ya mucho tiempo… 
Seguimos con nuestra amistad a distancia, por supuesto estoy segura que aquí él tiene más amigos, siempre me habla de uno y de otro, pero espero que me regale un poco de tiempo para pasarlo juntos, él y yo, como en los viejos tiempos.
—Supongo que no hay problema ¿Aún conservas la bicicleta de mamá?  —pregunto como pensando en voz alta.
El rostro de mi padre, se entristece.
            —Sí, está en el garaje afuera, está aún en buenas condiciones, tal vez solo tengas que inflarle un poco las gomas.
—Ah, vale no hay problema, me visto y salgo a dar una vuelta ¿Tú qué piensas hacer hoy? ¿Escribirás?
—Tengo que ir a la ciudad, voy a una reunión con unos editores, pero no pienso demorar mucho, para antes de la cena estaré de nuevo en casa— nervioso posa en la encimera la taza de café que tiene en la mano, baja la cabeza y suspira, luego continúa —, lo siento Vero, me hubiese gustado mucho pasar contigo tu primer día en Lago Grande, espero que no sea un problema para ti. Te prometo que buscaré el modo para que pasemos más tiempo juntos.
—No te preocupes papá, ve tranquilo yo estaré bien —le sonrío y con fuerzas renovadas me dirijo nuevamente a mi habitación, paso antes por el baño, el ritual de los dientes. Me peino rápido mis morenos, largos y ondulados cabellos y me visto: un pantalón corto, color caqui, una camiseta de tirantes naranja y unas zapatillas de tela. Bajo corriendo las escaleras y entro como una tromba en el garaje. La bici roja está en un rincón, cubierta de polvo y con las gomas chatas, tengo que inflarlas.
El coche de mi padre ocupa el centro del garaje, del otro lado una ventana y debajo un banco enorme lleno de herramientas que nunca lo vi usar, no es que digamos, es un manitas...
Atravieso la habitación y me dirijo al rincón donde descansa la bici roja, la recojo y la llevo junto al mesón de trabajo, me sorprende ver que tiene intacto el cesto de mimbre que mi madre le había colocado en el manubrio tiempo atrás. ¡Qué recuerdos! Tomo un paño, le quito el polvo y en aquel revoltijo de herramientas busco un inflador, fue duro pero lo encontré. Cuando finalizo, con orgullo abro la puerta y saco la bici, ha quedado como nueva. La llevo frente a la casa, entro a buscar mi bolso y me despido de mi padre.
—Adiós papá, nos vemos esta tarde, te esperaré con la cena lista. ¡Que tengas un buen día!
—Gracias, toma dinero para que compres lo que quieras comer y las cosas para la cena, porque aquí no hay nada, que tengas tú también un buen día y ten mucho cuidado, las llaves quedan en la maceta al lado de la puerta.
—Ok y tú que tengas mucha fortuna en tu reunión, cuídate papá —me acerco y le doy un beso, su barba descuidada pica. Me doy media vuelta y salgo corriendo, de un salto me encuentro sobre la bici.
No tendré ningún problema, puedo estar todo el tiempo que quiera fuera, mi padre no volverá hasta la noche.
Iré a hacerle una visita a Javier, a ver si me pone al día con las noticias del pueblo.
Con una sonrisa en los labios y el viento en mi cara, inicio mi camino, me queda cuesta abajo, así que no es mucho esfuerzo, el problema será a la vuelta.
Me coloco los auriculares, enciendo el lector mp3, busco mi canción favorita e inicio mi camino hacia el pueblo. La sombra de los árboles se proyecta en la calle, el frescor del agua sube desde el fondo del río, los pájaros cantan alegres y mariposas multicolores revolotean sobre las flores silvestres entre las hierbas del campo.
            Por mi camino encuentro un par de turistas, nada de particular, el resto el trayecto es tranquilo sin ningún sobresalto.
Aún es temprano para que inicie la temporada en pleno. Este pueblo recibe a turistas que vienen de todo el mundo a hacer caminatas, escaladas, rafting, etc. Por eso se ve mucha gente joven en estos parajes en verano, los bares y restaurantes que existen, lo hacen por esa razón, el resto de negocios panaderías, fruterías, etc., viven de la gente del lugar, durante el resto del año.
Lago Grande tiene todo lo que se necesita para sobrevivir y cada vez más porque algunos apasionados del campo, deciden vender sus casas en la gran ciudad y trasladarse a vivir aquí, tranquilos rodeados de la naturaleza. Pero sin abandonar las comodidades de la civilización.
En el pueblo hay un colegio de última generación, gracias a las donaciones de las familias de buen pasar económico, un hospital, que es mucho mejor que los de las grandes ciudades, aquí se recibe atención en tiempo y lugar con rapidez y profesionalidad.
Un avance exagerado para un pueblo tan pequeño. Vivir del turismo, es lo que tiene, la exigencia de tener estructuras que puedan hacer frente a los problemas y posibles accidentes de los deportes de riesgo que aquí se practican.
El padre de Javier, Jorge García, es el nuevo director del hospital, al menos eso es lo que me ha contado por mail, hacen ya unos meses atrás. Antes era un médico más, que trabajaba en el hospital, pero por su aplicación y destreza ha llegado muy lejos.
La familia de Javier siempre ha sido muy unida a la mía, sus padres y los míos son muy amigos.  Jorge es amigo de mi padre desde pequeño.
Cuando mi madre se casó con mi padre consideró todo esto y todo sumado, no le pareció tan mala la idea de vivir aquí, lástima que después las cosas hayan ido mal…
Inmersa en mis pensamientos llego a las puertas del pueblo. Atravieso el puente de madera, que me separa de él, las tablas crujen bajo las ruedas de la bici. Me detengo a mitad y me acerco a la baranda, seguramente el puente lleva aquí muchos años. Abajo se puede ver el río serpenteando entre las rocas, el agua es cristalina, el frescor que de allí sube me da escalofríos.
Continúo mi camino adentrándome en el pueblo, a los lados de la calle por la que paso se alzan casas preciosas de montaña hechas de madera, con techos rojos a dos aguas para la nieve del invierno y con jardines floridos, con la cerca de madera pintada de blanco y macetas con flores colgando de sus balcones.
Por las calles todavía hay poca gente (es muy temprano), las mujeres se apretujan en las tiendas para hacer las compras. En estos pueblos se acostumbra a iniciar la preparación de las comidas desde muy temprano.
Esperando que pase “la hora punta”, decido ir a dar una vuelta para echar un vistazo al pueblo y ver si encuentro a mi amigo, espero que esté en su lugar de trabajo.
Las calles estrechas y adoquinadas, son muy limpias y arregladas. Parecen ser de la época de la fundación del pueblo; con maceteros que alegran la vista, colocados aquí y allá, postes de luz de estilo colonial, pintados de verde y en la extremidad el farol.
La plaza central rodeada de bares y cafés, es el lugar donde se desarrolla toda la vida comercial y social del pueblo.
Con emoción veo el nombre de uno en particular “El Refugio”, cuando vine el último verano, dos o tres años atrás, todavía no existía, allí trabaja Javi…
Me siento nerviosa a la idea de volver a ver a mi amigo, ha pasado mucho tiempo y ¿Si él ha cambiado? O yo he cambiado y nuestra amistad se arruina…
Primero vacilo y luego me decido a entrar para tomarme una taza de chocolate, es la excusa perfecta para ver si Javier se encuentra en éste momento.
Aparco la bici en la acera cerca de un árbol, no le pongo cadena ni ningún seguro, porque no es que se cometan muchos delitos en este pueblecito, además toda la gente se conoce…
Empujo la pesada puerta de madera y mientras se abre, suena una campanilla. Me adentro en el local, huele a galletas recién horneadas y a café molido. Echo un vistazo rápido, está casi vacío, miro hacia la barra pero no se ve a nadie detrás. 
Pienso en darle una sorpresa si es Javier el que atiende: me dirijo a una mesa en un rincón cerca de la ventana, tomo el menú y le doy un vistazo, cubriendo mi cara con él y en unos minutos siento la voz de un chico que me pregunta muy amablemente qué deseo, mientras me recojo el mechón de pelo rebelde que ha caído delante de los ojos.
Levanto la vista y bajo un poquito el menú, pero continúo a cubrir mi rostro y delante de mí, de pie, un muchacho alto, delgado, ojos marrones, pelo castaño, sonrisa amable. Siento cómo se ruborizaban mis mejillas y se me aprieta un nudo en el estómago.
—¿Hola, en qué te puedo ayudar? ¿Qué deseas que te sir… el muchacho no llega a terminar la frase.
—¡Oh!… mmm… ah… hola, sí, quiero una taza de chocolate con la nata encima y un muffin, gracias y quiero que me lo traiga mi amigo Javier. Termino y lanzo una carcajada.
—¡¡VERÓNICA!! ¡Eres tú! tu padre me había dicho que en estos días llegabas pero no me imaginé que ya estabas aquí. ¿Cuándo has llegado? —pregunta emocionado el joven mientras rodea con sus brazos mi cuerpo.
Es grande la sorpresa, la felicidad nos inunda. Ha crecido tanto en este tiempo…su espalda es ancha y sus hombros fuertes.
¡¡Hola Javier, cómo has crecido!! —digo sorprendida, de ver que se ha convertido en un joven apuesto, fornido y de buen ver.
Seguramente tiene muchas chicas detrás de él, pienso. Hace mucho que nos sentimos pero no nos enviamos fotos, más que nada por falta de tiempo.
—¿A caso tú no te has visto? Estás… estás, muy linda. —replica mientras se sonroja —¡Tenemos tantas cosas de qué hablar! Me imagino que estarás todo el verano por aquí.
—Sí, como te he dicho he venido a pasar las vacaciones.
—Bueno como verás éste verano he conseguido trabajo y no solo éste, también tengo un trabajo en el periódico del pueblo, aprovecho y hago prácticas con mi cámara, ya he terminado el curso de fotografía ése que te conté.
—¡¡Qué bien!! —respondo sonriendo.
—¡Voy a traerte tu chocolate y tu pasta, la casa invita!
—Gracias.
Javier se marcha. A pesar que mantenemos la comunicación, de vez en cuando un mail, puedo notar que ha cambiado mucho, casi no lo reconozco. Solo espero que nuestra amistad siga siendo la misma de antes, la del principio.
Él, es uno de esos amigos que se hacen cuando pequeños y espero que dure toda la vida, lo quiero mucho, es para mí como un hermano.
Siempre hacíamos travesuras juntos y nos ponían en penitencia en la escuela, después de hora ¡Qué tiempos aquellos! Lanzo un suspiro. 
A interrumpir mis recuerdos vuelve con su bandeja y mi pedido.
—Aquí tienes, que lo disfrutes.
—Gracias.
Habrán pasado apenas unos minutos y la cafetería comienza poco a poco a tener todas sus mesas ocupadas, va siendo hora de dejar espacio a los bulliciosos turistas e ir a hacer la compra.
Paso a pagar y me despido.
—No me debes nada, te dije que la casa invitaba, espero que te haya gustado, como espero verte de nuevo, tenemos que hablar. Tengo muchas cosas que contarte.
—Sí, cuando quieras, seguramente tendremos tiempo de vernos. Todo muy rico Javier, hasta la próxima y gracias de nuevo.
Te espero ¡Ahh! y saluda a tus padres de mi parte, diles que espero verlos pronto.
—Gracias, se los diré.
Salgo de la cafetería, el sol ya ha calentado, hace mucho calor, el pueblo está en completo movimiento. Un autobús lleno de turistas se ha parado en la plaza central y todos sus ocupantes en "manada" se dirigen a la oficina de turismo, seguramente para pedir algún guía.
Salto nuevamente sobre mi bicicleta y tomo la calle que conduce al mercado, llego en un par de minutos, ya no hay mucha gente en las tiendas, primero entro a la panadería que está en frente.
—Buenos días.
—Buenos días ¿qué desea señorita? ¿Ha venido con el grupo de excursionistas?
—No, soy la hija de Martín Casaviella… 
—¿Verónica? ¡¡Ohhh Dios mío como has crecido!! Disculpa que no te haya reconocido, pero estás hecha toda una mujer.
Sí, la típica vecina del pueblo que sabe todo sobre todos, no es peluquera, es panadera, Cintia. Ha sido compañera de clases de mi madre y mujer entrometida en vidas ajenas, separada, con dos hijos una muchacha de más o menos mi edad.
 Javier me contó que es compañera de clases de él, si no me equivoco se llama Cristina y un niño mucho más pequeño.
—Buenos días Cintia quería dos baguettes y algo para el desayuno.
—¿Cuéntame, cómo está tu madre? Hace mucho que no la veo por aquí. A tu padre se le ve solitario, dicen que ahora está escribiendo otro libro ¿Cómo le va? Tampoco lo veo desde hace mucho, parece que ya ni come ese hombre.
(Oyy víbora, a ver si te callas y respiras, no quiero que te muerdas la lengua, envenenarías a todo el pueblo).
—Todo bien, mi madre está de vacaciones en la playa y mi padre está trabajando muy duramente—respondo con una sonrisa fingida.
—¿Has visto qué lindo está nuestro pueblo? Todo se lo debemos a los turistas y a las familias nuevas que se instalaron en Lago Grande. Han hecho muchas donaciones y están pensando en construir un gran hotel.
—Ah… me parece muy bien.
—¿Irás a la fiesta éste fin de semana?— pregunta con una sonrisa amable en los labios.
—¿Fiesta, de qué? No sabía nada, acabo de llegar al pueblo.
—El fin de semana se hará la fiesta de inicio del verano, es más que nada para alegrar un poco el ambiente, éste año la organiza la familia D'Anunzio, es una familia de ricos y carilindos, que llegaron el invierno pasado y para abrir las puertas al pueblo de su lujosa residencia, decidieron hospedar la fiesta.
Seguramente tu padre se olvidó de comentarte, porque de seguro él está invitado, cómo el resto de personajes ilustres de ésta comunidad.
—No sé nada, gracias por darme el boletín de última hora. Ahora si me sirve por favor, que tengo un montón de cosas por hacer.
—Sí, sí querida, toma aquí tienes, son 15€
—Gracias, adiós —digo mientras doy media vuelta y salgo disparada.
Tengo que salir lo más rápido posible de éste lugar. Si hay algo que no me interesa es la vida de los demás, ya tengo suficiente con la mía, no necesito más historias.
Pero el tema de la fiesta me intriga, puede ser divertido, algo nuevo, diferente. Lástima que no tengo qué ponerme, no pensaba que en este pequeño pueblo se dieran fiestas de alta sociedad, bueno en realidad, no me acordaba porque la fiesta la hacen todos los años, solo que es en la plaza, donde se reúnen todos… algo sencillo.
Bah, da igual no tengo ni siquiera ganas de ir, ¿Para qué si no conozco a nadie?
Termino de hacer la compra sin más contratiempos, la demás gente cuando me ven, me pregunta por mi madre. Era muy conocida, por casarse con mi padre. La gente es amable y acogedora, me parece haber vuelto a un gran hogar con una grandísima familia.
La vuelta es incómoda, llevo el cesto lleno y la bici pesa un poco más, el calor ya se hace sentir con todo.
De camino a casa me adelanta un coche deportivo, oscuro... que va a toda velocidad, bueno demasiado lujo para estos lugares (pienso), no puedo ver quién maneja, tiene los cristales tintados. Eso sí, pasa y me envuelve en una nube de polvo.
—¡Idiota! —grito.
Llego a casa exhausta, encuentro la llave debajo de la maceta, como había dicho mi padre. Entro y pongo música, bien alta, mientras acomodo la compra en la nevera, hago un par de pasos de un improvisado baile.
Luego saco un par de tomates, una lechuga y una pechuga de pollo, la aso, hago una ensalada y me siento a comer en el sofá del salón, mientras veo la tele. Pasan programas sin sentido, luego me quedo dormida, habrá pasado una hora cuando siento el teléfono, es mi madre.
—Hola mamá, que sí… estoy bien… ¿Papá? Está...
—Seguramente está trabajando, no le molestes solo quería saber cómo estabas y contarte que hemos llegado. El hotel es espectacular y el mar precioso, deberías ver esto…
—Pues esto también es muy bonito mamá, he visto a Cintia, la panadera y te envía saludos.
—Sí, claro ésa... bueno te dejo que Carlos quiere que volvamos al agua, te envía muchos saludos, cuídate y pásala bien.
—Que sí, no te preocupes adiós, saludos a Carlos.